Despacho del Presidente, 09 AM de la mañana de un Lunes cualquiera. Jenna, su secretaria personal aguarda diligente a que el Jefe llegue a la oficina.
Mientras espera no puede evitar que su siempre calenturienta mente empiece a fantasear, fantasear con el cuerpo y la presencia del carismático líder que gobierna el destino de todos a los que la joven conoce.
Nota como se moja su entrepierna a medida que se excita imaginando como el Líder la posee allí mismo, en el despacho donde se decide el destino de la Nación.
Se lo imagina entrando como cada mañana, decidido a hacer lo que tenga que hacer para salvaguardarlos a todos, se dirige a ella formal, pero amable, deteniéndose un segundo más de lo normal en su pecho. Ella sonríe dispuesta a complacerlo en todo lo que él quiera, en todo.
Mientras lo sigue a su despacho saborea su olor, un olor que la lleva volviendo loca de deseo desde la primera vez que lo conoció.
Jenna se sienta en la silla frente a la imponente mesa de roble que preside la gran sala octogonal y espera instrucciones, block y lápiz en mano, bragas húmedas y pezones duros. Está segura de que el Presidente nota su deseo, ella mirándolo a los ojos abre las piernas mostrando sus bragas de encaje negro semi transparentes que permiten disfrutar de su chocho recortado y brillante. Él le corresponde acercándose a ella bordeando la gran mesa y poniéndose frente a ella le muestra la enorme erección en los pantalones. Jenna, obediente la toma en su boca, casi corriéndose solo por poder saborearla entre sus labios.
El Líder la detiene de su placentera mamada y la lleva hasta el sofá del despacho donde la despoja de sus bragas y se dispone a tomarla, a llenarla y darle por fin aquello que tanto ansia…
- Jenna, Jenna… está usted bien? – Jenna abre los ojos y lentamente vuelve a la realidad. Allí su Jefe la mira con rostro preocupado esperando una respuesta cuya pregunta ni ha oído tan inmersa estaba en su propia fantasía.
- Sí señor, perdone. Creo que me he distraído, le ruego me disculpe.
- No se preocupe – sonríe – eso nos pasa a todos, nos ponemos a divagar y se nos va el santo al cielo. – Al cielo te llevaba yo a pollazos, gensanta que buena que esta la joia, si n fuera mi secretaria…- vuelve a pensar por enésima vez el Sr. Presidente.
La Secretaria
